Me encuentro con Pablo Daniel Magee, periodista y escritor francés, un viernes muy lluvioso y frío de marzo en el espacio comunitario y vecinal de Can Batlló (Sants). Me he acercado para hablar de torturas, regímenes dictatoriales en América del Sur y gravísimas violaciones de derechos humanos. Pienso que el tiempo acompaña. El sol, aunque metafóricamente porque seguirá lloviendo, sale cuando abordamos la figura de Martín Almada.
Con Pablo nos saludamos, tomamos un café y conversamos largo rato sobre La pluma del Cóndor (Descontrol editorial), resultado de ocho años de trabajo riguroso por parte de Magee.
Operación Cóndor
En su libro, se relata la historia de Martín Almada, abogado, pedagogo y activista paraguayo, reconocido internacionalmente por su incansable defensa de los derechos humanos durante y después de la dictadura militar de Alfredo Stroessner en Paraguay, que se prolongó desde 1954 hasta 1989. Durante este régimen autoritario —uno de los más largos de América Latina— se reprimió sistemáticamente a opositores políticos, estudiantes, sindicalistas e intelectuales mediante vigilancia, detenciones arbitrarias, torturas, desapariciones y ejecuciones extrajudiciales.
Martín Almada fue víctima también de esta represión: fue arrestado, torturado y encarcelado durante tres años en los años 70. Su esposa murió de un ataque al corazón, tras ser sometida a un interrogatorio en el que le informaron falsamente de que su esposo había sido asesinado.
En 1992, ya en democracia, Almada encabezó el hallazgo de uno de los descubrimientos más importantes en la historia reciente de los derechos humanos en América Latina: los Archivos del Terror, un conjunto de más de 700.000 documentos secretos, escondidos en una comisaría de la ciudad de Lambaré, a las afueras de Asunción. Estos archivos revelaban con detalle el aparato represivo del régimen stroessnerista y su conexión con otras dictaduras del Cono Sur, en el marco de la Operación Cóndor.
La Operación Cóndor fue un plan de coordinación entre los servicios de inteligencia de varias dictaduras sudamericanas —principalmente Argentina, Chile, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia—, que operó activamente en las décadas de 1970 y 1980. El objetivo era perseguir, secuestrar, torturar y eliminar a opositores políticos más allá de las fronteras nacionales, con intercambio de información, prisioneros y apoyo logístico entre los regímenes. Todo esto ocurrió con el respaldo directo o tácito de Estados Unidos, especialmente a través de la CIA, como han documentado investigaciones periodísticas y desclasificaciones de archivos oficiales estadounidenses.
Los Archivos del Terror ofrecieron por primera vez pruebas documentales contundentes de la existencia y el funcionamiento interno del Plan Cóndor. En ellos se detallan los métodos de tortura, las listas negras de opositores, las comunicaciones entre los regímenes y las estrategias de eliminación de disidentes.
Martín Almada describió el Plan Cóndor como “una red tejida por unos locos”, pero esa locura tenía estructura, jerarquía y patrocinadores. Se calcula que, como resultado de esta coordinación represiva, cientos de miles de personas fueron víctimas de desaparición forzada, asesinatos, torturas y detenciones arbitrarias.
Aquellos años de plomo coincidieron con el momento en que Amnistía Internacional, alarmada por la información que recibía, comenzó a documentar y denunciar la tortura como una grave violación de derechos humanos. Martín Almada fue un caso adoptado por Amnistía, en concreto por el grupo 46 de Suiza, en Seltisberg (Basilea). Recuperó la libertad en diciembre de 1977 después de casi cuatro años de prisión y tortura por la publicación de su tesis doctoral, considerada “comunista, subversiva y terrorista” por parte de las autoridades.
¿Cómo era Martín Almada? En el libro describes a un personaje con una fuerza y determinación muy sólidas, irables. Parece que tenía muy clara su misión: por un lado, transformar Paraguay, bajo una dictadura, incidiendo sobre todo en la educación, y por otro, la búsqueda de justicia y reparación por los graves crímenes cometidos tras descubrir los Archivos del Terror.
Así era, una persona con una gran capacidad de mirar el mundo con ojos críticos y a la vez imaginativos, y con un mensaje humanista muy potente, una idea de cómo debía cambiar y progresar el mundo mediante ese instrumento extraordinario que es la educación. Él era docente, era campesino, amaba a los seres humanos. Era un hombre completo... Y siempre tuvo miedo de que lo mataran, se sabía en peligro permanente. Una vez dormíamos en la misma casa en Argentina y en medio de la noche me despertó un grito horrible. Cuando entré en su habitación lo encontré en estado de shock, todo sudado. Su viuda me aseguraba que eso se repetía cada noche. Que volvía a revivir las torturas al dormir.
Vivía un infierno personal y creo que eso, más allá del dolor, era lo que lo hacía tan audaz y decidido. Él nunca se recuperó totalmente del trauma, roto por dentro. Pero hacia afuera cargaba con la fuerza para conseguir justicia. Es lo que hizo hasta el último de sus días. Almada sabía provocar el sistema, concienciar a la gente... Era todo un espectáculo verlo en acción. Miraba de una manera muy peculiar, como diciendo “Sé lo que hicisteis”, y eso de alguna manera hacía que las mismas autoridades le temieran. Con él caminaba el espíritu de la justicia y representaba la lucha contra la impunidad.
Almada sufrió graves torturas, un encarcelamiento de más de mil días muy duro. En el libro hay un capítulo, Matador, en el que no ahorras descripciones del horror que se vivía en las prisiones del régimen de Stroessner...
Sí. Le quemaron los ojos y de hecho llegó a morir, porque en una de esas sesiones de tortura sufrió un paro cardíaco y lo reanimaron solo para seguir torturándolo... También hizo tres semanas de huelga de hambre. El campo de concentración de Emboscada, por donde pasaron cerca de mil personas, lo dirigía el coronel Grau, conocido como el carnicero de la muerte. En Paraguay, a diferencia de otros países, los torturadores actuaban a cara descubierta, sin capucha, porque se sabían impunes.
Cuando dejó atrás el encarcelamiento, Almada necesitó escribir sobre la experiencia y contar todo aquel sufrimiento inimaginable, y lo hizo con un grado de detalle terrible; no es una lectura nada agradable.
En mi libro hablo de ello en ese capítulo que mencionas, que es corto. Para mí fue todo un desafío hablar de esas torturas sin que el lector cerrara el libro. No era fácil. Pensemos también que las torturas no solo dejan secuelas muy graves en las personas torturadas, sino también en el entorno familiar. Almada fue encarcelado con su hija pequeña, de solo siete años, porque la madre había muerto...
¿Qué supuso para Martín Almada la muerte de Stroessner en el exilio, en Brasil en 2006, sin poder ser juzgado? ¿Consideró que había ganado la impunidad?
Fue muy duro. Cuando se enteró de la muerte del general exclamó: “¡No tenía derecho a morir!”. Martín siempre tuvo una idea curiosa, que me explicó: ir al infierno, buscar a Stroessner y preguntarle por qué hizo lo que hizo. Esa idea de Martín me impactó tanto que escribí una obra de teatro donde él, como abogado y por orden del diablo, debe defender en un juicio a su verdugo, debe defender a Stroessner. La obra fue un éxito en Paraguay y consiguió algunos premios y reconocimientos. Fue importante, porque juzgar a Stroessner en Paraguay, aunque fuera desde la ficción, es algo grande.
¿Cuál es la situación actual en cuanto a recuperación de la memoria histórica, justicia y reparación en Paraguay? ¿El país ha afrontado su pasado reciente como lo hizo, por ejemplo, Argentina?
Hay impunidad. Cuando Stroessner se exilia en Brasil tras el golpe militar de su consuegro, Andrés Rodríguez, uno de los principales narcotraficantes del continente americano, el general mira la foto del nuevo gobierno y dice: “Solo falto yo”. Sus hijos, sus nietos, siguen en las estructuras de poder; no se ha pasado página, son la misma gente.
Hoy la Fundación Celestina Pérez de Almada, creada por Martín y con el nombre de su primera esposa, realiza una labor fundamental de recuperación de la memoria. La lidera la viuda, María Stella Cáceres, y ha creado el Centro de Documentación, Investigación y Educación y el Museo de las Memorias, Dictadura y Derechos Humanos (2006).
¿Crees que hay un Cóndor II o, como dices en el libro, sigue vigente la idea que Martín defendía de que “el Cóndor sigue volando”? ¿Qué sabemos?
Eso es el resultado de la impunidad. Las estructuras del Cóndor no se desmantelaron totalmente y siguen operativas, pero han cambiado de objetivo y de destinatario. Donde antes había lucha contra el comunismo, ahora hay combate contra los defensores de la tierra o del medio natural en América Latina. El cóndor rojo de los años 70-80 ahora es un cóndor verde que mantiene una guerra soterrada con muertos, muchos de ellos defensores, líderes de comunidades indígenas o periodistas que investigan el poder de la oligarquía de siempre o señalan a los perpetradores de abusos.
Dos frases de Martín Almada para terminar
«Lo que les pido es que eduquemos juntos aquí a la generación que transformará nuestra realidad opresiva y se liberará a sí misma».
«Nacemos en un mundo cuyo funcionamiento nos es presentado (...) como predeterminado e inamovible. No debemos perder de vista que el principio del cuestionamiento es indispensable para la supervivencia de la civilización».